Decidir con esperanza / Ruelas
Aguascalientes, Junio 27 (2023).- La mitología nos actualiza muchos de los acontecimientos de hoy, … “como pasa el tiempo que de pronto son” siglos, el pleno siglo XXI. Pandora, creada por orden de Zeus, en su enlace con Epimeteo, hermano de Prometeo, se le obsequió como regalo de boda un ánfora sellada con la instrucción de no abrirla. Empero, la curiosidad se apoderó de la escena, el ánfora fue abierta y los infortunios fueron llamados a la escena. (“La curiosidad mató al gato”).
El petitorio contenía poblar la tierra, una instrucción biológica, pero también una pedagógica, dotar a todos los seres de dones y habilidades, una unidad de virtudes y competencias, precisamente para la perseverancia. Sin embargo, algo pasó que se perdieron los equilibrios en las intenciones, Epimeteo otorgó y quitó, a unos les dio fuerza y les restó agilidad; a la fragilidad le unió la destreza de volar las alturas, el águila…, un detalle, olvidó dotarle dones al género humano. Quizá por ser creación de su hermano Prometeo, este para atenuar el olvido les otorgó un “don de la individualidad” que posibilita sobrevivir por sí mismos. En esa ruta educativa fue al fuego de Hefesto y llevó la luz a la conciencia humana.
El fuego permitió la hoguera que los protegió, dio origen al hogar, lugar donde estaban resguardados de salvajes e inclemencias. Es la luz del conocimiento. También nos lleva al origen del descontento político, por ello Prometeo fue basureado y castigado sin ser vencido en juicio. El pedrusco más hostil fue testigo del castigo prometeico. Hefesto lo encadenó, Zeus fue cruel con la idea del águila que le devorara el hígado; para actualizar la pena el hígado se rehacía para repetir el castigo. Los gritos de dolor se escucharon fuerte.
La posmodernidad nos ha colocado en un escenario muy parecido. El ánfora del discurso político contiene planes de castigo y crueldad. Hoy Pandora se viste con el traje de política, se aparta del diálogo constructivo y lo sustituye por la astucia para lograr por vía mediática, por vía de probabilidades y estadística sus objetivos centrados solo en el poder por el poder, sin estudiarlo, lo convierten en un mandar insaciable. También sus intereses los ponen en la seducción por vía de medios de comunicación en una manipulación apabullante y sin mediar soluciones a los grandes males de la sociedad, de la naturaleza y del pensamiento.
La política no es culpable de la ira, el crimen, la injusticia, la locura, la enfermedad…, pero si es responsable. Por el camino de las buenas artes la política se nutre de Derecho y la Moral para fundar la responsabilidad. El ánfora de la política, además de lo bueno, contiene maldad, rencor, envidia, corrupción, malas intenciones…, por el solo hecho de no aplicar, ejercitar, adecuar, la política para quitar maldad, empero, además de muchos y variados males, se encuentra la esperanza, pareciera ser que entre los males no es percibida; la esperanza es edificio de las virtudes.
La esperanza es un sana espera activa, positiva, colaborativa, con carácter, la espera es de algo que no ha llegado, una utopía, en el buen lenguaje, construir algo en donde no hay nada. Una carencia que nos llena de insatisfacción prefigura la esperanza. Por ejemplo, lograr un grado académico es una espera constructiva que pasa de la ignorancia a la duda razonada para la especialidad. Esperamos estar sanos cuando estamos enfermos. Un bien que se satisface. Muy lejos de una vida eterna llena de bondades, un reóstato de luz de vida y vivencia que prepare el porvenir mediante el proyecto.
La política deberá abrazar la esperanza para edificar la confianza social, su arcilla es la palabra, la palabra define ideas, las ideas nutren el proyecto, el proyecto hace políticas públicas, índice de soluciones a los problemas, temple de los conflictos, es decir, los acuerdos que atemperan una mejor vida compartida, pactos, reglas…, otorgar una particular confianza en “el ahora”, posibilidad del “ahora todavía no” para una verdadera transformación a algo distinto en clave benéfica. En este sentido, nos alerta con una narrativa de que el mundo no está perdido, por el contrario, nos dota la esperanza para desde ahí emprender una verdadera transformación hacia algo distinto y deseado.
La esperanza nunca debe ser vista como buena o mala, sino que debe evaluarse en función del hecho puntual que nos toca vivir y con el cual ésta se relaciona. Lo importante es encontrar el punto límite para que la esperanza no se convierta en desgracia. Cultivemos la esperanza de la participación política, forjemos las decisiones electorales con aplomo de ciudadanía. De lo contrario nos alcanzará la suerte el mito de Prometeo, el discurso de la manipulación ocupará el lugar del águila que devorará nuestra alma cívica, en una reiteración insostenible.